Llevo largo tiempo abatido y a la vez asqueado ante la continua desaparición de salas de cine clásicas en las ciudades españolas. No soy tan inocente como para no saber que la melancolía no es moneda de cambio en nuestros días y que de nada sirve lamentarse y añorar lugares que nunca volverán a estar ahí. Leo en las noticias que el último de los cines de Camerún acaba de cerrar sus puertas. A partir de ahora, sus gentes tendrán que buscar otras maneras de encontrarse con el cine. un país entero sin una sola sala de cine. Como la nada de Michael Ende. igual de triste. Las salas de cine de hoy son pulcras pero impersonales, asépticas pero distantes, avanzadas en lo tecnológico pero huerfanas de solera. No es lo mismo. No hay magia en la ciudad. Los cines de siempre se van y son sustituidos por tiendas de moda o psudo-cafés americanos. ¿A que lugar se los llevan?
No es posible el encuentro con la magia.Me retiro. Dejo el club. De esta manera me obligan a dejar de pasear por mi querida Gran Vía.
Desde luego, conforme pasan los años, la Gran Vía me parece menos "Gran". Nada que ver con la que me dejó alucinada hace años.
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